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domingo, 16 de noviembre de 2008

Sin trabajo, sin comida

La verdad de Albacete

Numerosas personas hacen cola cada día a las puertas del Sagrado Corazón para conseguir un plato de comida caliente


La vida se les complicó en algún momento y no han sido capaces de adivinar en cuál. Personas anónimas que se resisten a dar su nombre conscientes, en gran medida, de que desvelar esa palabra les entrega a ellos mismos. Es lo único que les queda y se resisten a hacerlo público. Son mayoritariamente hombres, aunque también hay alguna mujer. Hacen cola a los pies de la escalera que permite la entrada a la Institución Benéfica Sagrado Corazón.

El día soleado, pero gélido es el espejo que mejor refleja la situación que se vive a las puertas de este improvisado comedor. Las monjas que con su trabajo alimentan a estas personas, no quieren fotografías. Sin embargo, algunos de los improvisados beneficiarios no tienen problema en reconocer abiertamente que están hay porque necesitan comida.

No existe en la Institución Benéfica Sagrado Corazón un comedor oficial como recalcar una y otra vez una de las trabajadoras de este centro, Ana López, aunque se está trabajando en su construcción. Sin embargo, las monjas de esta institución cocinan para estas personas porque entienden que su deber con los demás transciende los edificios. El número de usuarios varia en función de factores que nadie se atreve a precisar. Sin embargo, una de las chicas que acude con asiduidad asegura que es fácil que en un día se junten hasta 80 personas.

Pérdida de trabajo
Un plato caliente, algo de fruta y un pedazo de turrón, que para eso está cerca la Navidad. Esa es la bandeja que portan la veintena de personas que en esta ocasión están repartidas por los jardines de este centro para engañar al hambre hasta que llegue la próxima cita con el estómago. La mayoría de los presentes no supera la cuarentena y sus dificultades para expresarse en castellano revelan que la mayoría son inmigrantes. Algo que ya avanzaba la propia Ana López. En cualquier caso, también los hay de estas tierras. Todos tienen un denominador común pero afrontado desde perspectivas muy distintas.

La falta o pérdida de trabajo ha devuelto a muchas de estas personas al mundo de las carencias. Una realidad de la que huían y que han visto incrementada bajo la sombra de la actual crisis económica.

Uno de los jóvenes, de nacionalidad checa, asegura: «Yo he venido aquí a comer dos días pero me voy ahora a otro sitio en busca de trabajo» y matiza: «Yo sí quiero trabajar». En esa afirmación se esconde una realidad que transciende la claridad de la mirada de este hombre, cuyas manos se adivinan esculpidas por el trabajo. No obstante, la explanada de este centro deja espacio también para otras historias en las que de nuevo la ausencia del trabajo les obliga a acudir a esta institución en busca de comida. Muchos se avergüenza y esconden la cabeza en el tramo de cuerpo que separa la bandeja y el pecho.

El estómago habla
Están repartidos en pequeños grupos por nacionalidades y la mayoría asegura que acuden a este centro tres o cuatro veces por semana. Sus palabras están teñidas, en muchos casos, por la verguenza de tener que pedir comida y reconocen que no es está la situación que hubieran deseado: «Llevamos ya un tiempo sin trabajo y necesitamos comer», aseguran un grupo de búlgaros que ya ha entendido que mañana volverán a necesitar ayuda para comer.

No obstante, los hay que pasean con la cabeza levantada, como es el caso de una joven española. No debe superar la treintena y es la primera persona, de entre la veintena, que está contenta con esta situación: «Yo no quiero trabajar, tengo ansiedad, y no puedo». Además, añade sin quitarse los auriculares de las orejas: «Yo vengo a comer aquí porque me falta dinero para comer».

Está claro que el hambre y la miseria no entiende de nacionalidades. El estómago no habla ningún idioma en particular pero los conoce todos. Españoles, subsaharianos, checos, rumanos, marroquíes, y búlgaros entienden esta lengua, que llegado el momento reclama comida. La actualidad apunta que la situación económica aún no ha tocado fondo y las colas se van a seguir repitiendo. «No existe un perfil claro de personas que vienen», asegura Ana López y la realidad a las puertas de este centro le dan la razón. Sin trabajo, la actividad cotidiana de comer comienza a convertirse en un prueba y es la labor de estos centros la que la hace realidad.

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