La Tribuna
Inmigrantes de Ciudad Real reconocen que han reducido las aportaciones a su familiares desde hace ya unos tres meses
Los inmigrantes de a pie están notando la crisis de muy diversas maneras. El paro y la mayor volatilidad de los empleos eventuales son los casos más obvios, aunque incluso quienes aprecian que su situación personal es estable, perciben síntomas preocupantes a su alrededor.
Un ejemplo de esto es Sofía Zapata, una cliente del locutorio La Galería. Esta joven colombiana sigue mandando sus 200 euros al mes a Colombia, pero laboralmente ve que en su empresa ya no hay tantas prisas como antes: «Hace unos meses cualquier proyecto era muy urgente, para ya», pero ahora ningún trabajo tiene esas prisas. La joven, natural de las ciudad de Pereira, es delineante en un estudio de arquitectura. La joven es consciente de que trabaja en un sector en el que la crisis se está manifestando con fuerza, pero a pesar de ello no pierde la confianza en el futuro.
Zapata reside en Ciudad Real desde hace un año y dos meses y aunque se declara satisfecha con su trabajo, reconoce que le gustaría tener una situación económica más desahogada. «Si pudiera, me gustaría enviar 300 euros», afirma. Los beneficiarios de su aportación son sus padres, que lo reciben como un complemento para el gasto normal de la casa.Lizbeth Moncada, que se dispone a salir del locutorio San Juan cuando habla con La Tribuna, es una joven estudiante ecuatoriana que lleva ya dos años en Ciudad Real. Está muy satisfecha de que su familia pudiera ayudar a la recuperación de su tía de una grave enfermedad. En un país donde la mayor parte de la sanidad es de pago y contar con unos recursos extras es vital para las economías menos pudientes. Pero ella era la única de los cuatro miembros de la familia Moncada asentados en La Mancha que no trabajaba, aunque en los últimos tiempos su hermano, que trabaja en la construcción, se ha quedado en el paro. «Hace poco mandábamos 500 euros al mes, pero desde hace tres meses ya sólo es la mitad».Este dinero, una vez en Guayaquil, el gran puerto de Ecuador, sirve para el sostenimiento de la familia: «Es para mi tía, una ayuda para mi hermano y mi abuelita», confirma.
Moncada se encuentra en el locutorio haciendo una llamada y destaca que los envíos de sus familiares son habitualmente una vez al mes, pero «a veces» han hecho alguna aportación extraordinaria.Nicolás Garafulit es un joven boliviano que intenta sortear como puede la crisis económica. Él trabaja «en lo que salga», y hasta ahora ha sido en la construcción, pero últimamente está empleado en una empresa dedicada a las mudanzas. Su familia reside en Santa Cruz de la Sierra, una de las ciudades más importantes de Bolivia. Los destinatarios de los aproximadamente 300 euros que envía cada mes son su esposa y sus dos hijos, que utilizan este dinero como una aportación a sus gastos habituales, puesto que la situación económica en su país tampoco es especialmente boyante.
Garafulit cuenta que en los últimos meses sus envíos se han hecho algo más irregulares. «Ahora, cuando se acaba un trabajo se tarda más tiempo en encontrar otro, así no tienes más remedio que enviar menos». De todos modos este joven padre de familia nunca ha estado en paro más de una semana, según afirma a La Tribuna.
Hay locutorios que además del servicio de remesas admiten paquetes para remitir a los países de origen. Es un apartado diferente a las remesas, aunque tienen también tiene su significación económica. Estos servicios se utilizan sobre todo en épocas como Navidad. En tales casos, los regalos para la familia incluyen también pequeños aparatos electrodomésticos que en los países de origen pueden tener un coste prohibitivo para las familias.
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domingo, 10 de agosto de 2008
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