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domingo, 14 de septiembre de 2008

Recuerdos desde Mali

La Tribuna de Albacete

Una expedición albaceteña pone en contacto a los inmigrantes malienses con sus familias tras varios años de separación.

Las madres son todas iguales, no importa de dónde sean. Europea o africana, una madre quiere estar con su hijo y, si no está, al menos quiere saber de él, qué hace, con quién está, si le va peor o mejor en la vida. Y hasta que no lo sabe, no vive tranquila.

El pasado mes de julio, cuatro personas salieron de Albacete, con destino a Mali, un país situado donde acaba el desierto y empieza el África subsahariana. Y a eso iban, a algo tan simple como es dar noticia a las familias sobre cómo están sus hijos, los que cruzaron el desierto y pasaron el Estrecho hasta llegar a España.

Eran cuatro. Un matrimonio, Toñi López y Raúl Carmona; un sacerdote, Manuel Giménez, y un ciudadano de Mali que lleva ya varios años residiendo en Albacete, Madi Fofana. Después de pasar por Bamako, la capital, pasaron por el norte y el noroeste del país, que son las zonas más pobres. Fue, lo reconocen los cuatro, una auténtica maratón. Su misión era entregar cartas, fotos, recuerdos enviados por los malienses que viven en Albacete y entregárselas a un total de 80 familias desperdigadas por todo el país. Y, tras entregar su carta, sus noticias, volvieron con más cartas, fotos y recuerdos para nuestros vecinos africanos.

«Hay familias que llevan años sin saber de sus hijos, y agradecen muchísimo saber de ellos -explica Madi Fofana- en Mali, hay áreas sin teléfono, sin carteros. Tampoco saben mucho de España, les pasa como los españoles con Mali; incluso a los que están bien informados, ver África en persona siempre es un choque».«Cuando llegábamos a un pueblo, siempre nos decían, ‘mi hijo está en España, igual le conoces’ - prosigue- y nosotros le decíamos, para, oye, que España es un sitio enorme. Y teníamos que decirles de dónde veníamos, dónde estaba Albacete y cómo era».

Un idea espontánea.

Madi llegó a Albacete hace unos años. Es un veterano de la comunidad maliense, vió como sus compatriotas han ido llegando a La Mancha. De hecho, la gran mayoría de los subsaharianos que viven y trabajan en Albacete son, o bien de Mali, o bien de Senegal. rabaja con el Movimiento por la Paz, el Desarrollo y la Libertad (MPDL). Sus otros tres compañeros también tienen experiencia de trabajo con las ONG’s, pero este viaje no estuvo amparado por ninguna. Fue algo que surgió de forma totalmente espontánea.«La idea del viaje a Mali salió entre varios, entre varias personas que tenían el propósito de hacerlo -explica Manuel Giménez- en mi caso, la idea me rondaba desde el 2006, pero por varios problemas, no pudo ser. Toñi ya había ido a ver un chico que se moría. En abril de 2008, ya tenía decidido irme, y ella fue una de las personas que se apuntó».

Giménez estuvo cinco años en África, en Bourkina Fasso. La idea de ir, simplemente, le rondaba porque él había tenido una experiencia personal: «Cuando estaba en África, mi madre quiso venir a verme. Quiso venir en abril del 96 y le dije que no, que era la peor estación posible, pero estaba muy decidida, y unos meses después, en diciembre, se vino. Y cuando ya estaba conmigo, me dijo que lo único que ella quería era saber si estaba entre buena gente o no, y cuando vió que era así, me confesó que ya se quedaba tranquila.

Cuando fuimos a Mali, las madres malienses nos decían justo lo mismo, con las mismas palabras».Toñi y Raúl se apuntaron también por una experiencia directa. «Mi hija trabaja con inmigrantes y por ella tuve noticia de un chico que tenía un cáncer hepático fulminante, terminal -dice Toñi- ayudamos a repatriarlo y la primera vez fuimos a verlo, a él y a su familia. Cuesta creerlo, pero le daban meses y él, con la medicina tradicional, aguantó un año». A raíz de este primer contacto, Toñi y Raúl adoptaron, por así decirlo, a la viuda y a sus hijos. Les mandan ayuda desde España y así ella se escaquea del deber de casarse con un hermano de su marido que vive en Gabón.«Lo hace sobre todo por sus hijos -aclara Raúl- porque aunque su cuñado los adoptase, en la sociedad de Mali, pasan a ser unos hijos de segunda, y ella lo que quiere es sacarlos adelante, que tengan un futuro que no tendrían de seguir la costumbre».

Pequeñas aldeas.

Aunque ya tenían contacto previo con Mali, Toñi y Raúl admiten que este último viaje les ha marcado muchísimo. Quitando los días que pasaron en Bamako, la capital, cuentan historias de jornadas de cinco o seis horas en un todo terreno, para llegar a pequeñas aldeas acosadas por el desierto cuyos habitantes salían en bloque a recibirles, ávidos de noticias de sus hijos, sus nietos, sus sobrinos que están en la lejana España.«Cuando les ves, entiendes por qué se vienen en patera -dicen ambos- ¡porque no tienen nada! Tienen tan poco que incluso estar de ilegales, sin papeles, les compensa económicamente a pesar de todos los problemas».

Un choque «brutal».

El choque, dicen, es «brutal». Con 50 euros, dicen, en Mali pueden comer 20 personas un mes. Y, muchas veces, éso es lo que mandan los chicos cada 30 días. Pero, con esos 50, 60 o 100 euros mensuales, hay familias que compran casas, terrenos, abren pozos, se labran un futuro, un porvenir.«Cuando ves estas cosas, esa diferencia tan abismal ¿cómo les convences de que no vengan? -se pregunta Raúl- porque nosotros les decíamos que en España no regalan nada, que hay que ganárselo todo, que sus hijos se pueden tirar de ilegales tres, cuatro, cinco años, pero los jóvenes siempre te dicen que vale, que bueno, que no será tan fácil, pero si es tan malo ¿por qué no se vuelven los que ya están?».Y contra eso, admiten, no hay respuesta posible. Al menos, mientras el abismo entre ellos y nosotros siga existiendo.

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