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domingo, 20 de julio de 2008
«Nacido en Cereales Saltó»
La Tribuna de Albacete
Una visita al campamento más grande de familias rumanas, en la carretera de las Peñas, permite ver cómo sobreviven al calor hombres, mujeres y niños. Algunos de ellos están allí desde el primer día de su vida
Llegar hasta el asentamiento de familias rumanas en las antiguas instalaciones de Cereales Saltó cuesta apenas unos minutos desde el centro de la ciudad, aunque una vez allí podría decirse que se pisa otro mundo. La antaño piscina, hoy convertida en basurero, recuerda a las imágenes que por televisión llegan en ocaisones desde países subdesarrollados, sólo que estamos a pocos kilómetros de la plaza del Altozano.
Junto a la piscina, y repartidos en chabolas, tiendas de campaña y coches que también sirven para dormir, pasan el verano alrededor de 300 inmigrantes de origen rumano; hombres, mujeres y niños, familias de temporeros que, un año más, encuentran en este campamento el único alojamiento posible en la capital.
Llegar hasta Saltó por la mañana hace pensar en un campamento sólo poblado de niños que juegan ajenos al porqué de un lugar así para vivir. Sus padres y madres están trabajando en las distintas labores agrícolas que se pueden hacer en el mes de julio, por lo que la población adulta es apenas perceptible y se encomienda a tareas típica se la casa: arreglar el motor de un frigorífico, cocer pan en un sencillo horno, lavar la ropa con el agua traída desde el parque de San Pedro Mortero, o volver a hacer funcionar la furgoneta Wolswagen.
LOS PEQUEÑOS.
A mitad de la tarea algunos miembros del Colectivo de Apoyo al Inmigrante llegan en su visita de cada semana para ver el estado del campamento y las necesidades, sobre todo de las jóvenes con hijos de corta edad. Como Helena, una madre de un bebé de tres meses que ha nacido aquí, y a quien lleva en un carro recogido de un contenedor de la ciudad. Su marido está trabajando, «pero no va todos los días, solo a veces».
Preguntamos si trabajará mañana, o el lunes, y responde que ni él lo sabe. Mientras los responsables de Apoyo al Inmigrante reparten algunas cosas traídas desde el Banco de Alimentos, como café, harina para cocer el pan, y algunas legumbres. Conocen a la gente del campamento porque llegan hasta allí y hasta todos los demás cada semana, y han visto cómo cereales
Saltó se ha ido superpoblando este verano hasta convertirse en el asentamiento que hoy es, con toda la explanada atestada de casetas fabricadas con colchones, planchas de madera, y chapas de uralita que han ido retirando de la misma nave que dio cobijo a la industria de cereales.
Un pequeño recorrido por las calles de Saltó da testimonio de que, en efecto, todo vale para construir algo lo más parecido a una casa, capaz de aguantar al menos lluvias como las que padecieron en junio: «Cuando no hay material tiran de ingenio, y además son unos manitas con todo lo que sea motores de coches», indica Javier Marcellán, convertido en presidente de Apoyo al Inmigrante después de varios años asistiendo a cada campamento y reclamando, sin éxito, un lugar controlado por la administración que tenga agua corriente, recogida de basura y unas mínimas condiciones para que los temporeros y sus familias pasen la temporada de trabajos agrícolas.
Está cansado de aparecer en las noticias denunciando la pasividad de los políticos ante un drama que sucede en la misma acera de la sociedad del bienestar, sin que a nadie parezca crearle problemas de conciencia: «Nos dicen que en Albacete no hay desigualdades. Ya me dirán qué es esto. No hay peor ciego que el que no quiere ver», indica, mientras busca a una mujer que le pidió una cacerola en la que cocinar. La encuentra al final, aunque había varias aspirantes a quedarse con la olla.
No obstante, no todos los asentados en Saltó precisan de las organizaciones humanitarias. Los hay que trabajan desde hace meses, que tienen a los niños escolarizados, pero no encuentran un piso en alquiler para salir de Saltó. Lo peor, indican desde el Colectivo de Apoyo, «son personas que no tienen trabajo, que están aquí y tienen hijos a su cargo; los que trabajan por lo menos no pasan hambre».
La caravana de Apoyo al Inmigrante se marcha a otros asentamientos donde van a encontrar una realidad parecida. Parecida también a la del año pasado, y el anterior. Para los pequeños que aprenden a andar en el campamento es la única realidad que, hasta ahora, les han dejado vivir.
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